Las pasadas elecciones
presidenciales dejaron entre ver el alto
grado de polarización política que está a punto de
invadir a la población salvadoreña. En el contexto de la campaña electoral
surge un grupo de ciudadanos que promovimos el voto nulo por la necesidad de
mejorar la calidad de los políticos, candidatos a cargos de elección popular y
las mismas políticas públicas.
El llamado al voto nulo estuvo
impregnado de interés real y de cambiar el proceder de las cúpulas
partidarias. El debate sobre el voto
nulo no pasó desapercibido en la palestra política nacional, desde de sectores
sociales, académicos y profesionales se promovieron a favor del voto nulo, así
mismo no falto quién despotricara en contra de los ciudadanos que apoyábamos el
voto nulo y nos tildaron de antidemocráticos.
Pasada la primera jornada de las
elecciones y después de un importante número de votos nulos con todo y su
motivación racional y emocional, nos encontramos con una campaña completamente
vacía, con un llamado más a las emociones negativas que a razonar el voto, a
reflexionar sobre el proceder de los partidos y sus cúpulas y a ver más allá de
los programas populistas. Los problemas
reales están a la vuelta de la esquina del próximo 1 de junio y siguen
acechando a El Salvador sin que los partidos y los candidatos electos pongan real atención a lo que puede suceder
en menos de un año.
Es totalmente aberrante que el
partido ARENA siga con un discurso reciclado, que ponga entre dicho la
institucionalidad del país, insinuando de manera peligrosa y contraria a
nuestra ley primaria que las Fuerza Armadas están vigilantes del proceso
electoral, es reprochable el discurso del fraude y el llamado a sobrepasar la
ley electoral por el capricho del poder
económico que maneja al partido ARENA.
Los ciudadanos salvadoreños, los
jóvenes que están participando en política partidaria deben tomar un papel
activo y protagónico en sus partidos exigiendo una reestructuración democrática
al interior de ARENA y ser vigilantes, críticos y propositivos con el gobierno
encabezado por Sánchez Cerén y Oscar Ortiz.
Lo peor para la democracia
salvadoreña no es la cantidad de votos nulos que puedan haber en las
elecciones, tampoco el papel crítico que tomen los ciudadanos, sino más bien,
lo peor para nuestra democracia es la imposición de los candidatos a cargos de
elección popular, los financistas millonarios de las campañas de los candidatos,
sus campañas de miedo y confrontación, el rumoreo del fraude por parte de los
líderes políticos y medios de comunicación y la instrumentalización del descontento social tras perder las
elecciones.
Este es un buen momento para
continuar con las reformas al sistema político y electoral, para democratizar
los partidos políticos y que en un futuro cercano propongamos una agenda
nacional común para hacer frente a los problemas más grandes que tiene El
Salvador desde el fin del conflicto
armado, la seguridad pública, reformas fiscales y una reforma al sistema de
pensiones son los problemas más grandes que los salvadoreños vamos a enfrentar
y para poder lidiar con ellos debimos haber generado un acuerdo social,
incluyente y democrático en el pasado,
aún es tiempo de generar ese acuerdo, pero su éxito, no depende
exclusivamente de los partidos políticos, sino también de una sociedad civil
fuerte y bien organizada.